¿Cuántas veces nos contamos historias y nos las volvemos a contar encontrando segmentos que suscitan asombro? Las historias que cuenta Marcela a través de sus trazos y el armazón de volúmenes que flotan y sugieren cuentos completos, son poco predecibles y elocuentes. El sentido del orden convive con una acendrada rebeldía, la disciplina de las formas con el vértigo de las texturas y las formas. La imaginación vuela sola y busca mapas en donde las historias residen y muestran con gran elegancia y sencillez notas de una continuidad y búsqueda por lo real. La mirada del espectador se vuelve no sólo mirada, sino una especie de experiencia sensorial en la que los sentidos son el vehículo para que las historias cobren vida propia y como flecha cubierta de tinta atraviesen hacia el interior de la piel.
La obra no necesita de palabras, habla y camina sola, nos conduce a la alegría y a la pasión que mediante el uso de materiales tan diversos ella experimenta y vive.
Es evidente que la artista goza al crear, mediante signos y símbolos nos demuestra ese espíritu lúdico que la caracteriza. Marcela está en un punto de madurez en la que su obra estrecha manos con el ojo y el corazón de quien la mire. Las historias han dejado de ser segmentos para cobrar vida como si fuesen un remolino que con fuerza se unen y tocan las nubes.
Es evidente que la artista goza al crear, mediante signos y símbolos nos demuestra ese espíritu lúdico que la caracteriza. Marcela está en un punto de madurez en la que su obra estrecha manos con el ojo y el corazón de quien la mire. Las historias han dejado de ser segmentos para cobrar vida como si fuesen un remolino que con fuerza se unen y tocan las nubes.